Mientras haya futuro por delante fluye muy bien el presente.
La humanidad ha avanzado, no debido a que fue sobria, responsable y cauta, sino porque ha sido juguetona, rebelde e inmadura.
Un lector poco entrenado es una persona
prejuiciosa, un turista que siempre pregunta si el agua corriente es
potable o los taxistas son honestos. Alguien que en su inexperiencia
sólo espera que los trajes de la ficción se ajusten lo mejor posible a
las medidas de su cuerpo real. Para ellos el libro es un objeto
incómodo, algo que necesita sostenerse.
Los lectores consecuentes, por lo
contrario, prefieren comparar lo que están leyendo con lo que han leído,
con una forma alternativa y válida de la realidad en la que el libro es siempre una puerta.
Ahora ya no pienso –como pensaba antes– que los escritores son esos seres
implacables capaces de captar con una mirada la esencia secreta de un
ser humano para recién entonces ponerlos por escrito. Ahora comprendo
que, en realidad, la maniobra es opuesta y es inversa: un escritor
siempre se equivoca al juzgar a una persona y es este error es el
que permite la creación del personaje correcto.
…en algún sitio leí que, una hora antes de su ejecución, un
condenado a muerte decía o pensaba que si hubiera tenido que vivir en lo
alto de una montaña, en un espacio tan reducido que sólo le permitiera
permanecer de pie, rodeado de precipicios, de tormentas, de un océano,
de la oscuridad, y la soledad eterna, y quedarse así, de pie
sobre una roca, toda la vida, mil años, habría
preferido vivir así que morir en aquel momento.
¡Cualquier cosa con tal
de vivir, de vivir, de vivir! ¡Vivir como sea, pero vivir!
Cuando digo que no me acuerdo de qué pasó aquel día no miento.
Ojalá me acordara.
A veces se te quedan grabadas las cosas más raras, cosas a las que no das la más mínima importancia… Ni siquiera en el momento que pasan, esas las recuerdas a la perfección.
En cambio, las más importantes se van tan lejos que es como si nunca hubiesen ocurrido.
A veces se te quedan grabadas las cosas más raras, cosas a las que no das la más mínima importancia… Ni siquiera en el momento que pasan, esas las recuerdas a la perfección.
- Puedes excusarte cuanto quieras, que yo me voy a cubrir con tierra a mi hermano.
- ¡Ay, Antígona, qué atrevida eres! ¡Tengo miedo por tí!
- No, no temas por mí, preocúpate de enderezar tu propia vida.
- Por lo menos no le cuentes a nadie tus planes, mantenlo en secreto, que yo haré lo mismo, te lo prometo.
- ¡Ay, no, por los dioses! ¡Grítalo bien fuerte! Te despreciaré aún más si lo guardas en silencio. ¡Cuéntaselo a todo el mundo!
Si mi deseo más antiguo es el de pertenecer, ¿por qué entonces nunca formé parte de clubes o de asociaciones?
Porque no es eso a lo que yo llamo pertenecer.
Lo que yo quería, y no puedo, es por ejemplo que todo lo que viniera de bueno desde mi adentro yo pudiera darlo a aquello a lo que perteneciera.
Incluso mis alegrías.
Es como quedarse con un presente todo envuelto con papel de regalo en las manos —y no tener a quién decirle: tome, es suyo, ábralo. No queriendo verme en situaciones extrañas y, por una especie de contención, raramente envuelvo entonces con papel de regalo mis sentimientos.
—¿Tú no sientes el deseo de ser libre, Lenina?
—No entiendo lo que dices. Ya soy libre. Libre de gozar de este tiempo, el mejor de los tiempos. “Todos somos felices ahora”.
Bernard se echó a reir.
—Sí. “Todos somos felices ahora”, comenzamos a decirles a
los niños a los cinco años, Pero ¿Tú no querrías ser libre, ser feliz de
otro modo, Lenina? De un modo personal; no como todos los demás…
—No entiendo lo que dices — repitió ella.
Revisar mis dispersas escrituras, mi palabra, revisarme el sollozo, la garganta. Revisar mi conducta, mis proyectos, lo soñado, lo vivido, sin visión, sin recuerdo, sin mentiras, sin verdades ocultas, temerosas, sin impulsos, sin deserción, sin este yo impreciso. Descifrarme, prenderme, saberme, perdonarme, lograr algo, dejar algo, quedar, estar, ser siempre, y vencer.
Las cosas que vemos — continúo con voz más apagada —, son las mismas que hay en nosotros. La única realidad es la que nosotros tenemos, y si los hombres viven tan irrealmente es porque aceptan como realidad las imágenes exteriores y ahogan en sí la voz de su mundo interior. También se puede ser feliz así; pero cuando se llega a saber lo otro, se hace ya imposible seguir el camino de la mayoría. El camino de la mayoría es fácil, el nuestro difícil. Caminemos.
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